La razón por la que Copenhague busca un acuerdo es inobjetable: ya no hay prácticamente duda de que el planeta se calienta por causas antropogénicas (humanas). Lo ha dicho, en todos los idiomas, el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (PICC), pero también otros científicos, muy recientemente.
En la misma capital danesa, Ray Weiss, de la Universidad de San Diego (EEUU) ha sostenido, por ejemplo, que sus recientes mediciones revelan que habría más GEI de los que la industria declara. Y que algunos de ellos, como el tetrafloruro de carbono (CF4), considerado algo pichiruche frente al más conocido C02, también es muy peligroso.
La Oficina Meteorológica del Reino Unido también ha dicho estos días que, si las emisiones no comienzan a caer, en serio, a partir del 2020, las posibilidades de que no pasemos los 2 grados centígrados de calentamiento global son de apenas 50%. Si se pasa ese límite, como se sabe, sobrevendrían consecuencias de corte casi apocalíptico.
Aumentarán las inundaciones, las sequías, el nivel del mar, el derretimiento glaciar y parte de la Amazonía puede convertirse en una sabana. Proliferarán los refugiados ambientales (al menos 150 millones para el 2050 ó antes) y será cada vez más difícil salir del hoyo. Las crisis humanitarias se dispararían, más de lo que ya lo están haciendo hoy.
¿Se exagera? Como en el caso del holocausto y el evolucionismo, ya hay negacionistas de diversa estirpe. Incluso, hace unas semanas, un hacker se metió en los correos de algunos científicos y reveló que se estarían manipulando cifras. El conato de Climagate, sin embargo, no borra algo evidente: grados más o menos, el planeta se calienta.
Y algo lo tiene que reemplazar, para que la crisis climática no se convierta en una película de Roland Emmerich, ese cineasta experto en asustar al mundo. La dificultad, en último análisis, no está solo en el complicadísimo laberinto de negociaciones, cifras, transferencias, fondos, etc. Sino en algo bastante más complicado e inasible.
En rigor, nos enfrentamos a la urgencia de cambiar modos culturales, estilos de vida. Todas esas decisiones tienen que ver con cosas tan simples como usar menos luz, andar más en bicicleta, cuidar un árbol (cualquier árbol). Esa es la revolución, local y global, que se juega en Copenhague. Finalmente, ¿existe esperanza para este planeta? Visite : www.sabado.org.pe
Por Ramiro Escobar
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